Angel Adames

January 6, 2025

Burbujas

De niño, la mayoría de los libros que tenía la oportunidad de leer de manera muy similar iniciaban diciendo:

"Érase una vez"
 
Sin importar cuántos cuentos leyera, cabe vez que lo leía al empezar un libro nuevo sabía que iniciaría una historia nueva en que, aún yo estando en el presente, me teletransportaría a un pasado distante (gran parte del tiempo totalmente imaginario) que me haría experimentar muchísimas emociones, ideas o simplemente incentivar mis pensamientos a algo que antes desconocía.

No sé para ti o para otros, pero para mí todo eso era muy estimulante. El hecho de saber que hay una infinidad de historias y cuentos por conocer y explorar, le daba un toque adicional a la magia de la lectura.

Sin embargo, por más maravillado que estuviera por esa nueva historia, por ese nuevo mundo desconocido, había algo que me causaba aún mucha más curiosidad: Aquellas historias que se contaban, no en papel, si no en la realidad. Desde mi entorno más cercano hasta el rincón más lejano del planeta, podía hacerme la idea de cada persona con una historia que nadie más ha podido leer o escuchar.

¿No es eso, por lo menos, asombroso?

Millones de personas, en cada segundo que pasa, viven dentro de una realidad que nadie más entiende, y tienen pensamientos que nadie más conoce, y dicen cosas que muy pocas personas escuchan, y hacen cosas que muy pocas personas ven. Y al mismo tiempo, esas personas son personajes en la historia de alguien más; algunos siendo personajes primarios, otros secundarios, otros de reparto y relleno, existiendo constantemente en un proyecto mucho más complejo que cualquiera de nosotros es capaz de imaginar.

Parte de lo que lo hace complejo radica en el hecho de que no podemos ser narrador y audiencia al mismo tiempo, de la misma forma que es casi imposible tener una conversación contigo mismo. No pudiéramos estar completamente atentos a nuestras luchas y bienaventuranzas si nos preocupáramos por todo y a todo momento. Así que, casi de manera orgánica, creamos burbujas que nos marcan un límite de enfoque y nos mantienen cautivos en unas pocas dimensiones: lo que quiero, lo que tengo, y lo que creo.

Te adelanto: creo firmemente que dichas burbujas son sumamente importantes y tienen un rol vital en nuestra sanidad, así como en nuestro desarrollo personal y social. Lo que es relevante mencionar es que la terquedad de no reconocer y estar conscientes sobre nuestras burbujas nos hace ignorantes a las burbujas —a las historias— de los demás. Suena feo, y estoy seguro de que nadie diría que hace tal cosa a propósito y se siente orgulloso al respecto. ¿Te imaginas vivir en una realidad donde solo se cuente una sola historia? ¿Dónde lo único que puedas hacer es ir en una sola dirección? ¿Dónde solo puedas leer las letras de un sólo autor? Así de tonto sonamos cuando todo lo que hacemos, decimos y pensamos no surge desde la empatía y la comprensión de saber que casi todo es cuestión de perspectiva y que lo que creemos saber siempre será solo una minúscula parte de una gran verdad.

Las burbujas son tan útiles como son peligrosas, si no se reconoce su existencia.

Ese tren de pensamiento me lleva a una importante reflexión: Desde que una crítica social parte de la asunción de que solo existe una única perspectiva o verdad (generalmente de quién emite la crítica), la crítica en sí pierde valor, disminuye su impacto, y desvirtúa la intención de lo que se intentó decir. De igual forma, desde que una opinión se forma sin reconocer que esa misma opinión surge desde la ignorancia que cada quién posee, pierde profundidad y se transmuta la idea central que su autor quiso transmitir. Hay cabida a toda una montaña de males que entorpecen la empatía, el diálogo y la diversidad.

Esta reflexión, aunque no parezca, la escribo para mí. Para no olvidar que sí existen burbujas.

Algunas afortunadas y privilegiadas, otras desamparadas y en escasez. Algunas llenas de armonía y tranquilidad, otras en tiempos de guerra, angustia y soledad. Burbujas que nos permiten crecer, otras que nos envenenan y nos marchitan; que nos hacen criticar y reprimir, que nos hacen crecer y fluir. Hay burbujas incluso que nos invitan a odiar, a guardar rencor, y a destruir. Y también aquellas que dan amor, nos dan eterno perdón y nos permiten, plenamente, vivir.

Ten siempre presente tus burbujas son solo tuyas. Y no son las únicas.
Y que siempre valdrá la pena conocer las de los demás.