Angel Adames

May 27, 2025

En automático

Recuerdo mis primeros años en la universidad, en una de las clases más aburridas que había tomado hasta entonces, escuchar por primera vez los conceptos de madurez y responsabilidad. Sin tener frescos todos los detalles, lo que aprendí ese día cambiaría por mucho tiempo la forma en que tomaría decisiones y reflexionaría sobre mis acciones:

“Lo que determina la madurez de un individuo es la responsabilidad que asume sobre sus actos, incluso aquellos que fueron influenciados.”

La razón por la que estas pocas palabras fueron de tanto impacto para mí es que, hasta ese momento, creía que no debía ser responsable por cosas que no estaban bajo mi control o que algo o alguien había impuesto sobre mí, aunque yo no lo quisiera. Esa afirmación retó por completo mi percepción y mi realidad, e incluso parte de mi ideología de vida (si es que en ese momento tenía alguna). Aún hoy, sigo en una lucha constante contra esos argumentos, pues me cuesta bastante reconocer que, a pesar de no ser el autor ni el editor, siendo lector soy tan responsable de lo que se escribe como quienes lo escribieron.

Sin importar lo que pienses sobre la madurez, la responsabilidad o sobre lo que significa tener o no control, lo que hoy quiero motivarte a pensar es en lo que sucedió aquella noche aburrida en la universidad: cuando un pensamiento, un hecho o una verdad es capaz de hacerte reflexionar, de retar tus asunciones y empujarte a explorar lo que es naturalmente contradictorio a tus convicciones.

Lo trivial

Lo primero y más importante es reconocer lo irónico de la trivialidad. Todo lo que sucede a tu alrededor, cuando no llama tu atención o no es de tu interés, puede caer en esta categoría:

  • El café sin azúcar que ordenaron tus amigos.
  • El movimiento de vehículos en una avenida principal.
  • Lo que dijo tu compañero en una reunión de trabajo. 

Por sí mismas, ninguna de estas cosas parece relevante, y probablemente días o semanas después habrás olvidado la mayoría. Sin embargo, la acumulación en el tiempo de todas esas cosas simples e insignificantes es lo que define nuestra rutina, nuestro humor, nuestros temas de conversación, lo que nos motiva o inspira y lo que nos causa estrés o ansiedad.

Todo está conectado de una forma u otra, y es importante entenderlo y asimilarlo. Creemos que lo que somos y en lo que creemos son decisiones propias, pero existe la posibilidad de que no lo sean: puede que seamos la suma total de nuestras experiencias, triviales y significativas, y que nuestros pensamientos estén destinados a repetir lo que alguna vez escuchamos, experimentamos o se nos enseñó.

Reconocer nuestras trivialidades es el primer paso para entender de dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde vamos; lo que nos permitiría detenernos, analizarnos, confrontarnos y crecer.

Detrás de cámara

Por eso, a la hora de asumir responsabilidad por mis pensamientos, intento imaginarme el “detrás de cámara” de una gran serie de televisión. Lo que ves superficialmente no tiene la profundidad de lo que se requirió para completar esa toma, esa secuencia o esa escena. Requiere un esfuerzo genuino detenerte y mirar lo que hay detrás. La razón por la que algo es como es no es tan simple como quisiéramos creer, o como nos han hecho creer.

Para reflexionar, necesitas poner tu vida en segundo plano y tratar de observarla sin ningún sesgo (más fácil escribirlo que hacerlo). Ser el camarógrafo de tu vida te permite empezar a llenar los vacíos de tus acciones y pensamientos. Y esto te lo dice alguien que, con humildad, admite que lo intenta todos los días y pocas veces tiene éxito. Es complicado y agotador: ser quien actúa y quien sostiene la cámara. Pero es enriquecedor, y ayuda a expandir la capacidad que tenemos de creer y defender nuestros fundamentos, anhelos y sueños.

Reflexión

Aunque pareciera que me desvié de lo que inicialmente dije que quería escribir, en realidad son temas totalmente relacionados y prerrequisitos para lo que viene después. Con el tiempo, lo que una vez pensé que era un pensamiento retador entendí que era mucho más: fue una invitación a evolucionar. A separarme de mis creencias y a afianzarme más en la posibilidad de estar equivocado, que en aferrarme a mis propias limitaciones de pensamiento (que son bastantes).

Empezar a darle importancia a lo trivial y poner mi vida detrás de mi propia cámara eventualmente me permitió entender lo que por mucho tiempo no pude: que todo lo que soy es mi responsabilidad. No porque tuve control. Ni porque tuve elección. Sino porque asumir responsabilidad es la única forma en que puedes cambiar, mejorar y empezar de nuevo.

Es lo único que, en definitiva, te da la verdadera libertad de elegir y decidir. Reflexionar sobre uno mismo y tener conciencia de sí implica algo más abstracto que simplemente observar: implica actuar.

Lo que una vez fue absurdo para mí…

“Es tu responsabilidad incluso aquello en lo que fuiste influenciado.”

Ahora lo interpreto de tal forma que me permite concluir:

“Si fui influenciado, fue mi responsabilidad, aunque no haya tenido opción.”

Porque eso da cabida a que, a pesar de todo, en el ahora puedo elegir hacia dónde quiero ir o qué quiero cambiar.

A fin de cuentas, lo importante es entender que, aunque nuestro día a día nos obliga a vivir con los ojos vendados, hay que tener la valentía de detener el tiempo un poco, reducir la velocidad, bajar el ritmo y preguntarse:

  • ¿Quién soy? 
  • ¿Qué estoy haciendo aquí? 
  • ¿Quiénes me acompañan? 
  • ¿De dónde vengo? 
  • ¿Hacia dónde quiero ir? 
  • ¿Qué represento? 
  • ¿Lo que creo y defiendo construye o destruye? 
  • ¿He amado? ¿Me han amado? 
  • ¿Lo que digo es coherente con lo que hago? 
  • ¿He mejorado? ¿Quiero mejorar? 
  • ¿Qué me preocupa? ¿Preocupo a alguien más?

Entre tantas otras preguntas, para crecer y reflexionar.
Y como nota mental, quizás lo que realmente quiero decir es, por favor, no sigamos viviendo en automático.