Fabián Acuña Hernández

July 3, 2021

Un quitanieves cultural

Así es como se define el escritor freelance que protagoniza Baila, baila, baila de Haruki Murakami

Capítulo 2
El encargo, para una revista dirigida al público femenino, consistía en un artículo sobre restaurantes y locales gastronómicos de Hakodate. Un fotógrafo y yo teníamos que recorrer una serie de establecimientos; yo redactaría el texto y el fotógrafo se encargaría de las imágenes. Cinco páginas en total. Las revistas femeninas necesitan artículos como ése, y alguien tiene que escribirlos. Es como recoger la basura o quitar la nieve. Alguien tiene que hacerlo, le guste o no. Durante tres años y medio, desde julio de 1979, me había ganado la vida con chapuzas culturales de esa clase. Era un quitanieves cultural.

Capítulo 3
No es excesivamente complicado encontrar trabajo en el gran hormiguero de la sociedad capitalista. Siempre y cuando, por supuesto, uno no sea exigente ni pida imposibles.

Todo se aceleró apenas entrado el otoño. De pronto, los encargos aumentaron a un ritmo vertiginoso. El teléfono de mi apartamento no dejaba de sonar y cada vez me llegaba más correo. Por motivos de trabajo, tenía que quedar y comer con mucha gente. Todos me trataban bien y me decían que en adelante me pasarían más trabajo. Está claro por qué: yo no hacía distinciones en lo que respectaba al trabajo; aceptaba todos los encargos. Siempre terminaba antes de plazo, nunca me quejaba y tenía buena letra. Además, era cuidadoso. Me esmeraba en aquello en que los demás hacían chapuzas y, aunque me pagasen poco, nunca ponía mala cara. Si me llamaban a las dos y media de la madrugada y me pedían doce páginas de cuatrocientos caracteres para las seis de la mañana (sobre las ventajas de los relojes analógicos, el encanto de las cuarentonas o la belleza de la ciudad de Helsinki, en la que por supuesto no había estado), a las cinco y media lo tenía listo. Si me pedían que volviera a escribirlo, a las seis estaba reescrito. Es normal que tuviese buena fama.

Capítulo 7
Ella quiso saber más sobre mi profesión. Como no tenía nada que ocultarle, se lo expliqué. Le hablé de una entrevista que le había hecho recientemente a una actriz y del reportaje sobre los restaurantes de Hakodate.

—Me parece muy interesante —comentó ella.

—Pues a mí no. Escribir no me cuesta nada. Tampoco lo odio. Es más, yo diría que incluso me relaja. Pero escribo sobre tonterías, sobre cosas absurdas.

—¿Por ejemplo?

—Verás, para escribir el artículo de Hakodate, recorrí en un solo día quince restaurantes, caté cada plato que me sirvieron y lo dejé casi todo. Definitivamente, en lo que hago hay algo equivocado.

—Tampoco te lo vas a comer todo, ¿no crees?

—Claro que no. Si lo hiciera, en tres días estaría muerto. Sería un idiota. Aunque me muriera, nadie se compadecería.

—Entonces lo haces porque no te queda más remedio, ¿no? —dijo ella riéndose.

—Exacto. Por eso se puede decir que soy una especie de quitanieves cultural. Lo hago porque no me queda más remedio, no porque me guste.

—Un quitanieves —dijo ella.

—Un quitanieves cultural —añadí yo

Capítulo 24
—He oído que te ganas la vida escribiendo —me dijo Hiraku Makimura.

—No, no. Sólo redacto textos para rellenar huecos. Cualquier cosa. Alguien tiene que hacerlo y ese alguien soy yo. Es lo mismo que quitar nieve. Soy un quitanieves cultural.

—Un quitanieves cultural —dijo Makimura. Entonces miró de reojo el palo de golf que había dejado a un lado—. Interesante expresión.

—Me alegro de que lo vea así.

—Pero ¿te gusta escribir? —quiso saber.

—No sabría decirlo. Lo hago bien, ¿o debería decir con eficiencia? Tengo trucos, un savoir-faire, una postura, una manera de encarar el trabajo y esas cosas. Si lo pienso así, no me desagrada.

—He ahí una respuesta clara —se admiró.

—Las cosas son sencillas cuando el nivel es bajo.

—Hum. —Luego guardó silencio durante quince segundos—. ¿La expresión quitanieves cultural es tuya?

—Sí, creo que sí —le dije.

—¿Te importa que la use? La encuentro muy interesante. Quitanieves cultural.

—Claro que no, adelante. No tiene que pedirme permiso.

—Describe muy bien cómo me siento a veces —dijo Makimura tocándose el lóbulo de la oreja—. Entonces me pregunto qué sentido tiene escribir. Antes no me pasaba. El mundo era más pequeño. Sabía dónde me encontraba en cada momento. Sabía lo que la gente quería. Los medios de comunicación eran como un pueblecito donde todo el mundo se conocía.

Apuró su cerveza, cogió otro botellín y llenó los dos vasos. Yo rehusé, pero no me hizo caso.


Capítulo 31
De regreso en mi piso en Shibuya, eché un vistazo al correo y escuché los mensajes del contestador. Nada importante. Como de costumbre, todo eran asuntos de trabajo: precisiones sobre un artículo para el próximo número de una revista, quejas por haberme esfumado, nuevos encargos. No me apetecía devolver las llamadas y decidí ignorarlo todo. Perdería mucho tiempo dando explicaciones a cada uno. Lo mejor era que despachase los encargos pendientes lo antes posible. Ahora bien, una vez que retomase el trabajo de quitanieves no podría dedicarme a nada más. Por supuesto, posponer el trabajo significaría una falta de profesionalidad por mi parte. Pero, afortunadamente, en ese momento no tenía problemas de dinero y me tranquilicé pensando que más adelante ya me las arreglaría de alguna forma. Hasta entonces siempre había cumplido con mi trabajo, sin quejarme. Siquiera por unos cuantos días más, quería vivir a mi manera. Yo también tenía derecho.

Capítulo 43
Tampoco estaría mal escribir algo, pensé. No me disgustaba escribir. Después de tres años de trabajo ininterrumpido como quitanieves, me apetecía escribir mis propios textos.