Íñigo Medina García

May 13, 2022

He aquí una persona moderna. Busca sentirse virtuosa sin la contrapartida del esfuerzo, sin tener que hacer una transacción monetaria, emocional o física. Se anima, por fin, a firmar una petición, a darle al click que redime y edifica con su ingravidez digital. La virtud está a una confirmación de email, apenas unos segundos en ese reino ágil que se anuncia con la promesa del tiempo real, siempre exprimiendo el contador para llegar al ahora puro, a la inmediatez que se engulle como una hamburguesa de un bocado, con la glotonería del fast food que fue el primer heraldo de este progreso con la lengua fuera.

El correo no llega y la virtud empieza a alejarse con el mal sabor de boca de la victoria ya cantada que se convierte en derrota, del gol anulado en el último minuto. Un tímido aliento antes del abandono lo pone sobre la pista de las fuerzas oscuras que en la sombra le pueden estar hurtando su impulso moral: "si no te llega el correo mira en tu bandeja de spam".

Se asoma a esa bandeja como a un pozo de aguas ciegas y descubre un lodazal como la propia vida. Una suerte de hogar abandonado con todos los recuerdos mezclados, lo magro y los desperdicios revueltos, pero al mismo tiempo todo bien dispuesto y ordenado. Una forma que parece querer engañar al ojo para así engañar al juicio. Una ricitos de oro ha entrado en su casa y ha probado todas las comidas, los sillones y las camas. Todo tiene el aire de un galeón hundido en las entrañas marinas, donde algunos tesoros todavía conservan un destello apagado en el arrobo de las algas y los vegetales del inframundo.

Rescata de allí correos de personas cuyo silencio un día le extrañó y luego las rutinas y la mansedumbre de los hábitos arrinconó en el olvido, para mutarlos en sombras y después en nada. Un amor podría estar desperdiciado en ese vertedero de mensajes comerciales, avisos de pagos, recetas milagrosas y fraudes enfundados en trajes de cordialidad y prestigio. La botella de un náufrago cuyo mensaje solo cobra sentido cuando hay otra orilla.

A estas alturas, aquel impulso virtuoso se ha extinguido. La sospecha de convivir con ricitos de oro le hace sentir que lo íntimo se ha hecho público, los secretos podrían ser desvelados, revelados los refugios, guaridas, escondrijos, recovecos y escondites. Antes que firmar, vaciar. El icono de la papelera aparece como un dios que exonera sin pedir explicaciones. Un simple click quita el tapón y manda a la nada, a un desagüe digital ya seguro porque no se puede visitar, ese pantanal maldito.


About Íñigo Medina García

I build software products and teach about them. Chief Product Officer at Filmin. Product Advisor at Dcycle. Teacher at Tramontana. Email me at inigo@hey.com