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May 14, 2022

Apuntes sobre perder

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La época en la que más disfruté del fútbol fue cuando el Barça perdía. Lo perdía todo. Teníamos a Bonano, el peor portero de la historia, y a un montón de holandeses a cada cual más malo. A mí me gustaba Saviola, el delantero argentino que ya estaba ahí antes que Messi, metiendo goles que eran importantísimos; no porque nos dieran grandes victorias, sino porque nos permitían seguir soñando. Luego llegó Rijkaard y lo cambió todo. El equipo vivía sus mejores tiempos: Eto'o, Ronaldinho, los inicios de Messi. En todo caso, las victorias no llegaron de la noche a la mañana, y al Barça le costó un tiempo construír un equipo ganador. Yo, que entonces era solo un niño, viví todo aquello con gran ilusión. Ya no lo perdíamos todo. Empezamos a jugar mejor, a hacer equipo, a creer que podíamos alcanzar la cima.  Y, solo entonces, llegaron las auténticas victorias.

Casi veinte años después, estoy en un campo de hockey que anima sin parar a su equipo, los Montreal Canadiens. Llevan sin ganar la copa desde la temporada 92-93. No les va muy bien: este año van últimos en la clasificación. Es la tercera vez que venimos, y la tercera vez que pierden. Y, aún así, no dejan de luchar, de hacer goles, de jugar hasta el final. Mientras, el cántico que no cesa: Go, Habs, go! Los Canadiens son un símbolo de la ciudad. El logo está en los rascacielos de Montreal, hay banderas por todas partes, bares repletos durante los partidos, seguidores que llenan el estadio partido tras partido a pesar de los malos resultados. Y yo, que hace tiempo que perdí el interés por el Barça y el fútbol, me descubro eufórico siguiendo el rastro del disco de hockey, celebrando los tantos del equipo, animando a los jugadores junto al resto del estadio.

Hay placer en la derrota. Es un placer extraño, que no se puede explicar bien con palabras, que nos lleva a animar a equipos extraños de ciudades extrañas, a ponernos camisetas con nombres de extraños, a compartir momentos de felicidad con otros extraños. Es un sentimiento que los seguidores de deportes como el fútbol, el baloncesto o el hockey conocen a la perfección. Sin la derrota, la victoria no sabe a nada. Para ganar, primero uno tiene que haber perdido. Perdiendo, se aspira a algo. El que gana siempre, ¿a qué puede aspirar? Por eso hay tantos seguidores del Real Madrid que están podridos por dentro: solo son capaces de gestionar la victoria, no aspiran a nada, no sienten nada. Un equipo que se convierte en hegemónico está más cerca de lo ideológico que de cualquier cosa que se parezca al fútbol.