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March 19, 2021

Un año después

En febrero de 2020 llegué a Madrid con tanto estrés que ahora me avergüenza un poco pensar cómo dejé que la cosa se desmadrara tanto. Héctor nos llevó a comer y estaba prácticamente ausente. Los siguientes días estuvieron bien: aquella mañana que fuimos al edificio de la COPE a hacer promo, el turismo habitual, el festival, los conciertos. Todo fue bastante bien, excepto mi descanso: absorbía más y más trabajo y responsabilidades, dormía poco. Cada noche, en la cena, un piquito de alcohol; no hacía falta mucho. El qué, el cómo, el por qué: da igual. Podría haber sido otro trabajo, otras preocupaciones, otros objetivos.

Creo que fue en torno a junio, después de montar dos festivales online prácticamente de cero, cuando reventé. No hubo un boom, ni un clic, ni ninguna otra cosa que se le pareciera. El confinamiento había ido bastante bien, podía controlarlo. La vuelta a la normalidad, no tanto. ¿Cómo podía seguir produciendo, haciendo, creando, si todo estaba parado? ¿Qué iba a ser de mí?

Ha pasado un año de todo aquello y ayer volvimos a cambiar de sitio la mesa del salón, como cuando arrancó la pandemia y hubo que montar un coworking para sobrevivir. Es un pequeño cambio de 180º que hace que la mesa pase de horizontal a vertical o al revés, según desde donde la mires. Parece poca cosa, pero con el cambio de posición de la mesa cambia todo el salón.

Sería incapaz de resumir este año quedándome con lo malo, que ha sido mucho para todos. Supongo que, de forma generalizada, esto nos ha servido para constatar que la vida pende de un hilo y que nadie (o casi nadie) viene a salvarte cuando las cosas se ponen feas. A mí, personalmente, me ha servido para relativizar el hilo: soltar los brazos, dejar de apretar los dientes, beber porque me apetece. Me ha servido para decir, hoy, que ya no necesito más está puta pandemia que me ha hecho hablar, por primera vez, de salud mental en primera persona.

Llevo más de un año sin ver a Héctor; qué ganas de que me lleve a comer.