Nicolás Galdámez

April 9, 2024

No quiero ser una Software Factory

La primera vez que escuché la expresión “Software Factory” fue a los 18 años, a los pocos meses de haber arrancado la facultad. Más precisamente, en el buffet de Química, lúgubre antro donde comprábamos unos sánguches de jamón y queso de dudosa fecha de elaboración. En aquel entonces, Informática había cambiado de edificio y no teníamos buffet propio, así que íbamos rotando de lugar en lugar para comprar nuestros almuerzos. Esa vez habíamos ido a Química, como solíamos hacer los jueves luego de cursar Organización de Computadoras.

En el buffet solía acumularse gente, así que para engañar a nuestro cerebro y que no se concentre en el olor a chivo mezclado con fritanga, nos poníamos a charlar o a escuchar conversaciones de otros grupos.

Ahí fue que escuché por primera vez el concepto de Software Factory. Lo dijo una chica, también estudiante de Informática, aunque más grande que yo, en una charla con sus compañeros. Yo pensé “¿Software Factory? ¿Una fábrica donde producen Software? ¿Será como esos talleres de costura en sótanos donde explotan a menores?” Por suerte seguí escuchando para descubrir lo que realmente era.

Lo que pude interpretar es que ella iba a empezar a trabajar en una empresa de Buenos Aires y que en esa empresa tenían distintos clientes a los que les hacían sistemas a medida. Es decir, los clientes les contaban sus necesidades y ellos armaban una aplicación específicamente para ellos.

No escuché mucho más, porque justo el poco querido y malhumorado empleado del buffet gritó su número y era su turno para pedir comida; pero solo eso bastó para que me vuelva loco y me obsesione con poder trabajar en un lugar así. Quería formar parte de una Software Factory, trabajar con otros devs, construir aplicaciones a medida, resolver distintos problemas. Quería sentirme parte de un equipo que ayude a clientes a ordenar sus ideas y armar un software para ellos.

Ese día fue clave para mí. Hasta el momento la carrera había ido por otro lado. Mucho algoritmos, lógica, matemáticas y desafíos técnicos; una carrera más centrada en el producto que en el problema. No puedo decir que no me gustaba todo eso, porque realmente lo disfrutaba, pero sentía que me faltaba algo. Ese día en el buffet de Química empecé a descubrir ese algo. Me di cuenta que lo que realmente me motivaba era resolver/entender/reformular problemas, trabajar una idea, colaborar con gente, aprender en equipo. Ese día me di cuenta que había elegido la carrera correcta.

Es increíble cómo un evento tan minúsculo, como escuchar una conversación al pasar, puede cambiar tanto las cosas. Desde ese día tenía un objetivo muy claro: prepararme para entrar en una Software Factory.

La verdad que no se si por suerte, por insistencia o por determinación, pero a tan solo un año de escuchar a esa estudiante de Informática en el buffet de Química, logré entrar en una Software Factory. Lo recuerdo con la misma alegría que cuando me dijeron que iba a jugar en la cancha oficial del Lobo, contra Estudiantes, un rato antes del clásico del equipo de primera, es decir, con hinchas de ambos equipos en las tribunas. Era una tormenta de adrenalina.

Las primeros meses en mi nuevo trabajo fueron muy buenos, sobre todo porque conocí muy buena gente, pero luego de un año me fui desinflando hasta que decidí cambiar de “fábrica”, me fui a otra Software Factory. Allí pasó algo parecido y la verdad que fue una desilusión muy grande, porque mis expectativas eran inmensas.

No puedo decir que me arrepiento de haber tenido esas experiencias, porque aprendí mucho en el camino, pero fue frustrante. Es como que te inviten a Disney y te lleven a la República de Los Niños. Está buena la Repu, y todos sabemos que Walt se inspiró en ella para crear Magic Kingdom, pero es difícil comparar las experiencias que tenés en una y en otra.

Luego de unos años descubrí cual fue el problema de esas Software Factories. El problema es que se tomaron muy literal su nombre. Eran “fábricas de software”, incorporando todo lo que una “fábrica” representa; como si se tratara de una fábrica de alfajores o broches para colgar la ropa. Imaginate la típica fábrica con cintas transportadoras, con la gente con protectores para sus oídos. Tareas rutinarias, mismo molde como solución para distintos problemas, operarios anónimos y reemplazables, mucho peso en lo operativo, trabajo individual y aislado del resto, crecimiento de la producción desmesurado, entre otras.

Tengo recuerdos de estar en una de estas empresas, y que por el afán de lograr un crecimiento de la producción desmesurado, sumaron de un saque una cantidad de empleados tremenda. Sentí de repente que estaba en una empresa nueva. Demasiadas caras nuevas. Al principio me pareció copado, pero luego fue muy notorio el cambio cultural y esa fue la gota que rebalsó el vaso para que decida irme.

La verdad que trabajar como un operario de fábrica no era lo que me había imaginado cuando soñaba formar parte de una Software Factory.

Es por eso que cuando empecé a tener clientes propios, como también cuando con mi hermano decidimos tener nuestra propia Software Factory, pusimos el foco en otro lado: las personas, las ideas, los problemas, la comunicación.

Este cambio de enfoque impactó mucho en mi motivación y también lo noté en el resto. Darle mucho peso a las relaciones entre las personas, tanto con compañeros como con clientes, es clave y nos permite sentirnos mucho más parte de los cambios que se van generando. Cambios no solo en el software, sino en la gente. Ver cómo crece un compañero de trabajo o celebrar los éxitos de un cliente como propios son de mis momentos favoritos del trabajo.

Priorizar la cultura fue muy importante para que todo corra sobre rieles. Y no me refiero a tener todo escrito en un manifesto cultural, ni tener un metegol en el centro de la oficina, sino demostrarlo día a día con el ejemplo. Obviamente que no es fácil, y depende mucho de encontrar personas que estén alineadas con esa mirada, pero con el tiempo descubrí que hay mucha gente que prefiere ese enfoque que la de una fábrica tradicional. Por suerte me pude rodear de gente con esa cabeza y encontrar esas personas fue por lejos de mis mejores tareas. Mirar para el costado y ver gente en la misma sintonía es maravilloso.

Hoy, ya pasaron varios años de haber escuchado a esa chica en Química y me pregunto qué interpretarán de mi al hablar de Software Factory. ¿Qué se imaginarán cuando hablo de Unagi? ¿Somos realmente una Software Factory o nos autopercibimos como otra cosa? Quizás llegó el momento de identificarnos con otro nombre.

About Nicolás Galdámez

CTO de Unagi. Fanático de la ensalada de frutas.