Hace unos días, asistí a un evento de comedia.
Lejos de solo reírme (lo cual hice), salí con un gran cuestionamiento sobre lo poco que vivimos los momentos y lo poco que prestamos atención al presente.
A través del monólogo, el comediante nos dejó un mensaje sobre lo poco que apreciamos el mero hecho de estar y existir.
Pocas veces alejamos el lente para realmente valorar lo que tenemos al frente, el presente que nos tocó vivir.
Lo cotidiano, muchas veces, lo vemos como algo transitorio, algo meramente necesario para dar paso a algo mejor, para movernos hacia el futuro.
Pero, ¿nos hemos preguntado si esta es la última vez que hacemos esto?
Es que todo es temporal, nada a nuestro alrededor es para siempre.
Todo termina o cambia.
Y está bien.
Esa persona a tu lado, puede que no esté mañana; eso que nos aburre, puede que nunca más vuelva a suceder.
Nos preocupamos mucho por el futuro, por lo que pueda suceder, bueno o malo.
Por lo que les pueda suceder a otras personas, por lo que pueda suceder a nuestro alrededor.
Pero no prestamos atención al presente, a hacer lo mejor con lo que tenemos enfrente, a estar ahí para esa persona, a disfrutar ese momento porque no sabemos si luego no volveremos a hacerlo.
Por eso, usamos nuestro celular para grabar, tomar fotos o videos.
Queremos volver a ese momento y revivirlo.
Pero nos olvidamos de que tenemos un procesador de memorias súper potente en nuestro cuerpo.
Que podemos utilizar para grabar esas memorias en nuestro interior y así continuar con el presente.
Aprendamos a vivir el momento, a apreciar las situaciones cotidianas, a estar presentes y valorar cada momento que sucede, porque ese momento ya se fue y no va a volver.