Íñigo Medina García

June 9, 2022

Conectar los puntos se había convertido en una cuestión de honor. A veces, le salían unas líneas rectas, de una delgadez matemática, unas líneas puras como un cielo limpio que se ha desecho de todo el desperdicio y se ha quedado con el magro del azul inalterado. Otras, las líneas eran como sucios borrones, hijastras de una mano temblona cuyo trazo es la misma prueba de una falta, de un deshonor, de un pecado.

Algunas noches, en la ociosidad en la que la vida desvela su faz monstruosa, todo se llenaba de puntos sinuosos, como renacuajos vibrantes en un estanque, y no le salían más que unos hilvanes que apenas conseguían rozar la superficie de cada punto, en una danza mareante de electrones que le aturdían con aquel movimiento anárquico y obsceno. Su vida, entonces, le parecía una serie de puntos sin argumento, sin nudo ni desenlace.

Recordó la revista que había ojeado en la peluquería, una revista de puntos redondos, de formas pulcras, con conexiones a prueba de dudas y sospechas. Allí se explicaba la formación de creencias como el resultado necesario de una evolución biológica, de unos animales tribales que necesitan los patrones y las intenciones tanto como el pan y el agua. Y, sin embargo, apenas podía armar un puñado de creencias, no digamos ya un sistema de creencias como lo que predicaba aquel artículo. En la palabra "sistema" se le aparecía un destello de omnipotencia que lo dejaba inane. En la ciega oscuridad, con el cuerpo desnudo apenas arropado por una colcha fermentada, reconoció rendido que no tenía líneas con las que conectar los puntos de su vida.

Tampoco el trabajo se escapaba a aquella sensación de gazpacho, de mayonesa, de  un todo mezclado y batido, que no se dejaba ordenar con cadenas y propósitos. Aquella revista se extendía en las bondades del método científico para esculpir creencias con pedigrí, creencias pura sangre, pero no decía nada sobre las sopas, las cremas, las salsas y, en fin, los batiburrillos en los que veía emulsionar su existencia. Toda esa liquidez no daba para una historia, para una trama, aunque pagaba las transacciones diarias que al menos tenían su papel en el escenario de las variadas teorías económicas, sociales, políticas y psicológicas a las que siempre podía acudir en busca de puntos enlazados. 

Acaso el amor, ese sorbo precipitado, esa extraordinaria agresión que atraviesa los tejidos como una bomba etílica envolviéndolos con sus radiaciones fulgurantes; acaso en el amor, justamente en la excepción que sobresale por encima de las leyes, podría dar con las ansiadas urdimbres. Pero estaba solo y apenas podía reavivar los rescoldos de algún fuego pasado que nació ya sin dejarse apresar por las razones que querían disecarlo en la fortaleza de sus redes.

Una intuición, una experiencia capaz de fundar un orden ancestral de creencias, se alojó en su conciencia. "La perfección es el regreso" repitió varias veces mientras saboreaba cada letra como cuando bebía los gazpachos de la infancia en los veranos donde la vida era todo placer y una tarde infinita de juegos y escondites, un continuo de ritos ancestrales, años mágicos inocentes aún ante el horror de hacerse adulto. Y se hizo punto.



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