El ibuprofeno había hecho su trabajo. A la luz de un sol urticante dejó caer su mirada sobre las advertencias. Aquel ritual le inyectaba certezas. La ciencia también cumplía, cimentando su honestidad sobre precauciones, indicaciones, contraindicaciones, efectos secundarios y usos excesivos. El papelito venía, como siempre, acompañado de la larga sombra.

Buen marketing, pensó. Incluía también la aspiración de un servicio, recomendando hablar con su médico, con su farmacéutico, con su pediatra, para resolver dudas. Aunque no podría dar el nombre de ninguno de ellos, apreció aquel esfuerzo por proyectar una relación personal en un prospecto, por ese sueño de una ciencia que no renuncia a ser humanista -¿podía haber algo así?- y además lo embutía todo en una fórmula administrativa.

Revisó las notas en el ordenador. En la bandeja de entrada, los correos rutinarios sumaban más datos a un problema que pedía un nuevo punto de vista. Antes de entrar en la ducha, anotó: